RECORDANDO LA ATERRADORA ÉPOCA DE LA VIOLENCIA EN COLOMBIA

Editorial

RECORDANDO LA ATERRADORA ÉPOCA DE LA VIOLENCIA EN COLOMBIA

RECORDANDO LA ATERRADORA ÉPOCA DE LA VIOLENCIA EN COLOMBIA

 

Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla

Napoleón Bonaparte

 

Por: Ing. Abdón Sánchez Castillo -Master of Business Administration (MBA) Universidad de los Andes. 

 

 

Es inevitable comparar la incipiente violencia vista estos días, basada en el odio entre izquierda y derecha o entre pobres y ricos, con los inicios de la llamada “Violencia” ocurrida en Colombia entre los años 1946 y 1958. Esta tenebrosa, oscura y sanguinaria época ocasionó el asesinato de más de 50 mil colombianos, por causas políticas, según cifras del Historia de Colombia, Ministerio de Cultura 2016, y entre 39.142 y 57.737 muertes según el estudio Análisis Demográfico de la Violencia en Colombia Julio E Romero-Prieto, Adolfo Meisel Roca, febrero 2019, Banco de la República.

 

Afortunadamente el ambiente de violencia y muerte de aquellos tiempos es muy diferente al actual, no obstante, vale la pena recordarlo más para tomar conciencia de cuáles fueron los orígenes de esa violencia colectiva, y evitar que los colombianos tengamos que sufrir nuevamente algo similar.

 

La guerra en aquel momento de la historia ocurrió entre conservadores y liberales, que se odiaban a muerte. Los conservadores, dogmáticos, religiosos, apoyados por la iglesia. Los liberales, tildados como ateos, masones y hasta comunistas. El odio hacia los liberales era alimentado por los gobiernos conservadores: Mariano Ospina Pérez (1046-1950), Laureano Gómez (1950-1951), Roberto Urdaneta (1951-1953), y el golpista militar Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957), dictador con afinidad conservadora, y lo más importante, por los curas que despotricaban y demonizaban a los liberales desde sus púlpitos, llegando a prohibirles la entrada a la iglesia.  El odio era reciproco, por tal razón los liberales crearon autodefensas liberales. Los conservadores, con la aquiescencia del gobierno, crearon las policías informales y paralelas llamadas “Los Chulavitas” boyacenses y los “Pájaros” del Valle del Cauca.

 

La gota que rebosó el vaso fue el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán el 9 de abril de 1948.  A partir de ese día, arreció el odio y el asesinato de personas de uno u otro partido fue el pan de cada día.

 

La forma como operaban los Chulavitas puede ser evidenciada con una historia relatada por mi madre, vivida por ella en el año de 1952, cuando apenas era una niña de 12 años, en la vereda Versalles, perteneciente al municipio de San Gil donde vivía junto con sus padres. En una ocasión mi abuela, la envió a la tienda más cercana, que quedaba a unos 500 metros de su casa, a comprar unos fósforos para hacer el desayuno. Al llegar a la tienda, la cual era atendida por una pareja de esposos ya mayores, encontró que el negocio y la casa estaba totalmente destruidos, había un hombre joven muerto en la puerta de la tienda (un chulavita), y en el patio de la casa yacían muertos y picados a machete los amables esposos; las gallinas estaban comiéndose los pedazos de sus carnes.

 

El modus operandi de los Chulavitas y los Pájaros, era llegar a las fincas de los liberales, normalmente de noche, los mataban a machete, robaban todo lo que tenía algún valor, incluidos animales, además de destruir o quemar (algunas veces con dinamita) las viviendas.

 

Un fragmento tomado de la Biblioteca Nacional:  “Historia de Colombia, Ministerio de Cultura 2016”, nos pone en contexto de lo que pasaba en aquellos tiempos:

 

En los campos la lucha alcanzó niveles frenéticos de barbarie: se inventaron métodos atroces e inéditos de degollamiento -el “corte de franela”, el “corte de corbata”, el “de mica”- , y se hicieron frecuentes los asesinatos de familias enteras, de niños y hasta de fetos en el vientre de las madres, bajo la consigna de “no dejar ni pa’ semilla” del adversario político. Campeaban sin estorbos en Boyacá y los Santanderes la policía chulavita, y en el Valle los pájaros conservadores, pero empezaron a organizarse guerrillas liberales en los Llanos orientales, en el sur del Tolima, en Cundinamarca, en la región del Sumapaz en las goteras de la capital’.

 

La mayoría de las muertes, violencia, abigeato, robos y desplazamientos ocurrió en las zonas rurales, debido a la ausencia de la autoridad, además de la complicidad de algunas autoridades municipales, con aquellas bandas de delincuentes, incluida la policía.

 

En las ciudades las cosas tampoco iban bien, incluso en la Cámara de Representantes, durante aquellos días se liaron a tiros parlamentarios liberales y conservadores, resultando en la muerte de dos parlamentarios y varios heridos.

 

Un ejemplo de lo que acontecía en los pueblos, lo podemos evidenciar en lo que ocurrió durante aquellos años en Barichara, Santander, donde los liberales eran mayoría desde 1930.  Con la llegada de los conservadores a la presidencia en el año 1946, se incrementó la competencia bipartidista y  los conservadores fueron amenazados y agredidos, a tal punto que tuvieron que fundar un nuevo pueblo en 1948, llamado Villanueva, ubicado a pocos kilómetros, en la vereda Agua Blanca, tal como se relata en detalle en el libro: “A Fuego Cruzado: Conflictos Sociales, Violencia y Homogeneización política en Barichara y Villanueva, Santander (1946-1954), Andrés David Pimiento Ríos, Universidad Industrial de Santander UIS 2019”.

 

Las bandas delincuenciales, conservadoras en su mayoría, resguardadas por el nuevo caserío llamado Villanueva, resultaron favorecidas por las autoridades que se hacían los de la vista gorda a tal punto que pudieron cometer infinidad de delitos y asesinatos atroces quedando la mayoría en total impunidad.

 

En Barichara y la región, según el mismo libro ya mencionado, la iglesia también tomó partido político y apoyaba a los conservadores abiertamente, tanto así que despotricaban en los pulpitos de los liberales, acusándolos de ateos y hasta de comunistas, sembrando el odio en el corazón de los feligreses.

 

Un ejemplo del importante papel que jugó la iglesia en la violencia del país, lo podemos evidenciar con la historia del presbítero conservador Carlos Quintero, quién fue párroco de los municipios de Galán y Barichara durante aquellos años, famoso por haber sido acusado, sin comprobarse legalmente, de fomentar el odio entre conservadores y liberales, y de apoyar actos de violencia, asesinatos y masacres en la región contra los liberales. Era frecuente que el Presbítero Quintero leyera durante la misa pastorales escritas por el Obispo de la diócesis de Santa Rosa de Osos (Antioquia), Miguel Ángel Builes.     

 

Una de las pastorales del Obispo Builes decía así, según el libro mencionado:

 

“El liberalismo de izquierda, el liberalismo comunista, el liberalismo que fue capaz de producir un 9 de abril con todos sus horrores, el liberalismo que se prepara con diabólico furor, abierta o soterradamente, a liberar su postrera batalla, ahora sí francamente contra Cristo y contra la Iglesia, batalla que inició el 9 de abril del año pasado en nuestra Patria.”

 

Esta violencia bipartidista, se esparció como el Coronavirus, por todo el país, y al final causó más de 50 mil muertes durante el periodo de la violencia.  Los culpables de esa violencia, según los historiadores, fueron principalmente los dirigentes políticos, tanto liberales como conservadores, además de la iglesia, que infundieron poco a poco, desde el año 1930, el odio hacia los miembros del partido contrario, rencor que se heredaba de generación en generación, hasta que llegó al punto de inflexión y desbordamiento, con el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán el 9 de abril de 1948. El odio y miedo acumulado en la mente de todos los colombianos por años, se transformó rápidamente en violencia, ocasionando la muerte de miles de partidarios de lado y lado, incluyendo sus niños y bebes natos y no natos.

 

El final del periodo de violencia se dio gracias al acuerdo bipartidista llamado Frente Nacional, en el que los dos partidos se turnaban el poder, cesando la violencia bipartidista y pasando a la violencia subversiva del Conflicto armado interno de Colombia, vigente hasta nuestros días. Es increíble como las mezquindades de unos partidos políticos, y el asesinato de un líder como Gaitán, pueden acarrear consecuencias en vidas y propiedades, incluso después de 70 años.

 

Aún en nuestros tiempos, los políticos siguen atizando el fuego del odio, ahora no entre liberales y conservadores, sino más bien entre pobres y ricos, o entre gente de izquierda o gente de derecha. Estos odios se encarnan claramente en dos personas, por el lado de la derecha, está el expresidente Álvaro Uribe Vélez y por la izquierda el senador y eterno candidato a la presidencia Gustavo Petro Urrego.

 

Las palabras que leímos, escritas por aquellos tiempos por el Obispo Builes, son cumplidos, cuando las comparamos con los insultos que vienen y van entre los dos políticos mencionados.  Los políticos de derecha llaman con frecuencia a los políticos de izquierda “Terroristas”, “Comunistas”, “Castro Chavistas” y “Mamertos” entre otros, y los políticos de izquierda acusan a los de derecha de “Genocidas”, “Fascistas”, “Nazis” y “asesinos”. Sí eso dicen las cabezas principales de dos tendencias políticas, los calificativos despectivos utilizados por el pueblo raso se multiplican por diez en agresividad y odio. En eso estamos desde hace ya más de dos décadas.

 

Las marchas de estos días son el resultado de ese odio sembrado en los corazones de los jóvenes.  Antes el medio de comunicación más efectivo era la iglesia, tal como lo comprobamos en las referencias históricas señaladas, ahora tenemos un medio mucho más práctico e inmediato: las redes sociales, donde se puede calumniar, insultar, especular y difamar sin ningún tipo de control ni tener que demostrar nada, y lo peor, todo queda en total impunidad, dado que es legalmente imposible controlarlas. 

 

La mayoría de partidos políticos en el mundo las están usando eficientemente, ya sea para destruir la credibilidad,  buen nombre y honra de cualquier candidato, o para hacerlo parecer como un héroe,  aprovechando aquella extraña característica que tenemos los humanos, incluso los supuestamente ilustrados o preparados, de creer todo lo que leemos, especialmente si eso refuerza o confirma una creencia o un odio nuestro hacia una persona o entidad en particular, lo cual evita que nos tomemos el tiempo de verificar la fuente y credibilidad de dicha Fake News, procediendo a su replicación inmediata, contribuyendo de esa forma a la difusión de la mentira y convirtiéndonos en cómplices del delito de difamación.

 

Si penalizaran efectivamente estas conductas, lo más seguro es que tendrían que encarcelar a la mayoría de los habitantes de este planeta, solo se salvarían las personas que no tuvieran redes, eso demuestra el tamaño del problema.

 

Pedirles más responsabilidad y mesura a los políticos en lo que dicen y escriben, especialmente en redes sociales, parece una tarea infructuosa, ya que ellos parecen más preocupados por sus aspiraciones políticas y ansias de poder, y han comprobado la efectividad que tiene exacerbar los odios de sus seguidores, como mecanismo eficaz para obtener resultados, sin importarles mucho las consecuencias violentas que estos aborrecimientos pueden traernos a los colombianos en un mediano y largo plazo, primando sus ambiciones de poder sobre la vida y tranquilidad de todos sus compatriotas.

 

Nos queda la estrategia de educar a nuestros hijos en temas de información y ser más responsables nosotros mismos con nuestros actos como ciudadanos libres, evitando que nos manipulen los políticos mal intencionados, sean de un lado u otro, no creyendo todo lo que leemos, practicando el sistema de Santo Tomás, ver para creer, comprobar por sí mismo lo que se ve en televisión, periódicos o redes sociales, y no difundir, bajo ninguna circunstancia, una Fake News, acusación infundada o mensaje agresivo hacia otras personas, entidades o instituciones, es decir, ejercer con responsabilidad nuestra libertad de informarnos e informar, y ante la duda en cuanto a la veracidad de una noticia, abstenerse de propagarla.

 

Debemos todos intentar despojar de nuestros corazones el odio y desprecio que sentimos hacia personas que piensan diferente o son diferentes a nosotros. No debemos permitir que los políticos nos sigan manipulando, clasificando la población entre buenos y malos desde su punto de vista.

 

 

 

 


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