EL PARADIGMA DE LA AUTOCONCEPCI

Escrito por: Juan Camilo Rojas Arias - Abogado, especialista en derecho comercial

EL PARADIGMA DE LA AUTOCONCEPCI

Hablar de política, de políticas públicas, de marcos normativos idóneos, de sesgos, de imaginarios colectivos, de concepciones idealistas y perspectivas, inevitablemente es entrar en el polémico campo del subjetivismo, un campo gris que varía de tonalidad en segundos, a veces hacia lados más oscuros y otras veces hacia lados más claros, pero que, en definitiva, es un asunto que debe ser entendido en su justa proporción a fin de evitar la tan temida radicalización racional, precursora, en mi concepción de los mayores errores que como humanidad hemos tenido, especialmente cuando se manifiesta en la formulación de política pública o jurídica.

El paradigma que pretendo plantear, supone una relación de poder y acción multidimensional que al final del día dependerá del contexto, del sistema de incentivos existente y de la autoconcepción de la realidad, por esto es que en su momento Focault en su obra “Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones”, audazmente detectó que “la verdad es de este mundo; se produce en él gracias a múltiples coacciones. Y detenta en él efectos regulados de poder. Cada sociedad tiene su régimen de verdad, su ‘política general’ de la verdad: es decir, los tipos de discurso que acoge y hace funcionar como verdaderos o falsos, el modo como se sancionan unos y otros; las técnicas y los procedimientos que están valorizados para la obtención de la verdad; el estatuto de quienes están a cargo de decir lo que funciona como verdadero”. De modo que, la verdad es el resultado material de la cadena deliberada de poder y acción de cada individuo en una sociedad y, por consiguiente, la insatisfacción con la realidad por sustracción de materia, es la pérdida de poder decisorio sobre la realidad, bien sea por efecto de la democracia-mayoría o por la inacción propia de los operadores de los sistemas democráticos.

Prueba de lo anterior la encontramos en el resultado y en la cadena de reacciones que ha generado el reciente caso del plebiscito colombiano, los medios internacionales han informado sobre la derrota electoral que sufrió la administración del Nobel – presidente Juan Manuel Santos Calderón, y se ha especulado sobre los eventuales efectos colaterales que sobre la economía, el turismo, el endeudamiento externo, la inversión extranjera, el orden constitucional y la legitimidad, que esto podría conllevar en el mediano plazo. Todo esto está pasando en el país que está cansado de la guerra, que tiene el conflicto armado más antiguo de la región. ¿Por qué? ¿Esto mismo podría suceder en otro lugar diferente a Macondo?.

Quienes escrutan la realidad y han tenido la posibilidad de formular políticas públicas saben que las particularidades rara vez encajan en las generalidades a la perfección, por eso mal concibo los paralelos de realidades análogas vía el efecto mariposa, como los generados por el “Brexit”, la situación venezolana y la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, toda vez que cada caso tiene su crisis de éxito y su justificación, pero en aras de la brevedad solo me centraré en la paz colombiana.

Entonces, las preguntas relevantes en este caso son: ¿la crisis electoral de la paz es realmente un mensaje de guerra?, ¿es producto de una nefasta idiosincrasia guerrerista?. Por el contrario, a mi juicio, el fracaso electoral del plebiscito es el resultado de la concepción nacional de una política pública de postconflicto diferente, más allá del influjo mediático de los promotores del No, pesó más en la cabeza de los colombianos la desconfianza en la administración y la autoconcepción de creer que la política planteada era perjudicial, en especial, evitar repetir el desastre de Venezuela fue una particularidad que encajo muy bien en el imaginario colectivo, al final, el fracaso del Sí, término ser una cuestión de creencias, no de hechos.

Analizar la objetividad de las coyunturas reviste la racionalidad de los debates inteligentes y bien llevados, de manera que una política inaceptable o perfecta desde la autoconcepción depende del paradigma conceptual que tengamos en ese preciso momento de la historia, de forma que lo inaceptable para uno es la perfección para otros. Por ejemplo, pensemos en el equilibrado y cuerdo pueblo francés, que en su momento consideró ilegal nombrar a un animal Napoleón, o en la zona europea y su intensiva caza de brujas entre los siglos XVI y XVII. Si uno no cree en el sistema monárquico o en las practicas esotéricas las anteriores normas le parecerán absurdas, pero si, por el contrario, se le da valor supremo a la monarquía o cree que las brujas existen y son una representación maligna, validará desde su concepción que cazarlas puede parecer algo razonable e incluso deseable.

El empirismo y los códigos de conducta de cada subgrupo dentro de cada sociedad determinará al final la naturaleza de las mismas, de tal forma, la política pública debe recoger hábilmente el sistema de creencias reinante en determinada materia a fin de ganar la tan anhelada legitimidad, en este entender, la gobernanza se trata en palabras de Sartori, como la representación espejo de las personas en los gobernantes y de sus creencias, postura recogida por diversos académicos que han destacado a las creencias populares como un factor determinante en el éxito de las políticas públicas, en consecuencia, las creencias populares marcan el derrotero y la agenda pública.

En ese sentido, diversos estudios de ciencia política y economía han demostrado a través de modelos econométricos que las creencias de los pueblos marcan el camino de la agenda pública, por ejemplo, en los países donde se considera que las personas pobres tienen mala suerte, se desea la distribución de la riqueza, en cambio cuando se miran a esas mismas personas como perezosas no se tiende a priorizar políticas distributivas y redistributivas. Ahora bien, bajo este escenario, consideremos el caso del plebiscito colombiano, dado su ya conocido resultado, y analizadas las campañas que promovieron su aceptación así como su negación, se resalta que se identificaron dos visiones que sustentaron esas dos posturas: por un parte, el paradigma de los que apoyaban el plebiscito, lastimosamente fue apalancado bajo la metodología del “voto o plomo” como mecanismo influenciador de política pública; por su parte, los contradictores tildaron esta política de posconflicto como la ventana a la impunidad y al denominado movimiento de neoizquierda el “castro-chavismo”, males sociales que requerían una masiva movilización hacia el No, de tal forma que la paz, se conseguiría bajo la estela de un nuevo acuerdo, que garantice no solo la responsabilidad sino a su vez mantenga el estado de las cosas.

El anterior choque conceptual tiene tantas desviaciones como argumentos, que se validarán en la mente de cada cual conforme su visión del mundo, pero más allá de esto, es importante preguntarnos ¿realmente Colombia dijo no al plebiscito por una campaña de medios basada en la impunidad y la terrible realidad venezolana?, o dijo no, a una política pública mal enfocada que no supo recoger el sistema de creencias imperante en Colombia en la actualidad, ¿realmente Colombia acepta como un movimiento progresista a la guerrilla con fines sociales?, el quid de esta cuestión puede que termine siendo la razón última del voto al no por el plebiscito.

Lo que al final del día se pretende resaltar vía el fracaso evidenciado en la refrendación popular del acuerdo de paz, es el daño social que se puede causar por un sistema disfuncional y no armónico de creencias, no solo a nivel legal y de legitimidad de las normas, sino al bienestar mismo de la Nación, si bien la postura del No terminará aplastada por la misma inconsistencia temporal de sus alentadores, la lección que nos queda como colombianos es que la radicalización racional de posturas y creencias tiene un altísimo coste social, económico y personal, por ello invito a que siempre se ponderen los paradigmas de creencias, para evitar caer en la guerra deseando la paz, así mismo, no deben olvidar los formuladores de política pública que las políticas públicas son para y por el pueblo, el cual es definido por sus paradigmas existenciales.


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